El Observador de la Actualidad

EL OBSERVADOR DE LA ACTUALIDAD
Periodismo católico para la familia de hoy
27 de febrero 2005 No.503

SUMARIO

bulletPORTADA - Revela encuesta claroscuros de los católicos en México
bulletCARTAS DEL DIRECTOR - La Cristiada a la distancia
bulletEL RINCÓN DEL PAPA - Juan Pablo II, sostenido por la oración de sor Lucía de Fátima
bulletPINCELADAS - La belleza y la fealdad
bulletESPECIAL DE CUARESMA - ¿Por qué no se vale confesarse «directamente» con Dios?
bulletLOS VALORES DE LOS MEXICANOS - ¿Quiénes van a Misa?
bulletENTREVISTA - La violencia familiar
bulletFLOR DE HARINA - El Cristo de la Edad Media
bulletPICADURA LETRÍSTICA - ¿La dignidad, exclusiva de las minorías?
bulletCOMUNICACIÓN - Por qué La Pasión de Cristo no fue nominada a mejor película
bulletSEXUALIDAD Y FAMILIA - ¿Es posible lograr la santidad en el matrimonio? 

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PORTADA
Revela encuesta claroscuros de los católicos en México
El Observador / Zenit
Un estudio reciente da a conocer cifras interesantes de la asistencia a Misa de los católicos mexicanos, al tiempo que muestra las diferencias de opinión y de práctica ante temas específicos referidos a la contracepción con la postura de la Iglesia católica.
El estudio —que es comentado esta semana en El Observador por Antonio Maza Pereda— fue realizado por la empresa Consulta Mitofsky, una de las compañías de estudios de opinión más serias del país, y presentado como parte de un estudio actual sobre perfiles sociodemográficos de México.

Todavía es alta la asistencia a Misa

México es uno de los quince países más poblados del mundo (104 millones de personas) y el segundo con mayor número de católicos del orbe, solamente detrás de Brasil, con 90 millones de católicos. Según la encuesta, 36% de la población masculina acude a Misa una o más veces a la semana, por 47% de las mujeres que hacen lo mismo.
Los jóvenes de 18 a 29 años —que son la parte más amplia de la pirámide poblacional de México en estos momentos— han decaído en el porcentaje de asistencia a Misa una o más veces por semana, siendo 32% de ellos los que acuden en esa proporción al templo.
Los adultos de 30 a 49 años van en proporción de 43% una o más veces por semana a Misa, mientras que el 57% de los mexicanos mayores de 50 años van al Santo Sacrificio una vez o más cada siete días.
En términos absolutos, van más a Misa los casados que los solteros (hombres y mujeres) y, dato sorprendente, en el campo y en la ciudad (México tiene 25% de habitantes en la zona rural) los porcentajes de asistencia a Misa son muy similares, casi idénticos.
Otro dato relevante que arroja el estudio, al menos para los analistas religiosos de este país, consiste en la recomposición geográfica de las personas que más acuden a Misa.

Contradicciones relevantes

Los estados del norte (que comparten frontera con Estados Unidos) llevan la delantera con 52% de católicos que asisten una o más veces por semana; los del centro —que se suponían los más «conservadores»— van en segundo lugar con 46%, y los de sur, con Chiapas principalmente, quedan retrasados con 34%.
Sin embargo, el último lugar en cuanto a población que asiste a Misa una o más veces por semana, se lo lleva la capital del país y su zona metropolitana (que aglutina cerca de 22 millones de personas), con apenas 29%.
No obstante estas cifras, que pueden parecer altas de acuerdo con los porcentajes de otros países americanos y europeos, vale destacar las diferencias de opinión con los mandatos del Papa y los obispos mexicanos respecto a la contracepción y la moral sexual.
Según el estudio de Mitofsky, 78% de los mexicanos católicos están de acuerdo con el uso de la píldora anticonceptiva para prevenir embarazos no deseados, y 83% acepta el uso del preservativo o condón.
Sin embargo, en otros estudios que tiene en su poder la CELAM en su «Observatorio», México es el país de América con mayor proporción de ciudadanos opuestos al aborto.

EL OBSERVADOR 503-1

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CARTAS DEL DIRECTOR
La Cristiada a la distancia
Por Jaime Septién

Parece mentira, pero a 76 años de los (mal) llamados «arreglos» entre la Iglesia católica y el gobierno mexicano (1929), que no dejaron contento a nadie (más que a Calles, a Portes Gil y al Gral. Amaro, porque ya les andaba), la guerra de los cristeros sigue siendo tabú, un poco consigna y un poco ignorancia.

Ni siquiera estamos de acuerdo en la mortandad terrible que provocó. Algunos dicen que cien mil, otros que un millón. La cifra ponderada ronda los 250 mil muertos en el movimiento de defensa de Cristo Rey (de ahí lo de Cristiada).

Debemos a Jean Meyer el trabajo histórico más sólido que se ha publicado sobre la guerra de los cristeros mexicanos. Tres volúmenes de tomo y lomo (editados por «Siglo XXI») que, hace mucho, deberían estar en los programas de estudio de nuestras escuelas secundarias y preparatorias. Pero no lo están, ni hay visos de que puedan llegar a las mesas de trabajo de los estudiantes. El resultado es que se forman con una conciencia parcial de aquello que fue la más grave confrontación de la historia en el mundo por defensa de algo tan elemental como ir a Misa.

Ahora, Jean Meyer acaba de editar una pequeña y sugerente apostilla (explicación o extensión de una obra) sobre su trabajo de hace 30 años, con el nombre de Pro Domo Mea. La Cristiada a la Distancia (también en «Siglo XXI»), en donde revisa algunos errores que cometió, algunas tesis nuevas sobre el origen del movimiento y da a conocer cartas de elogio a la primera edición de aquellos tres libros o de corrección.

En apenas 85 páginas, Meyer repasa lo que ha sido la Cristiada en la interpretación de algunos de sus participantes (como el padre Navarrete) o la reinterpretación de este levantamiento por alguno de sus represores (como el general Amaro, que habla de «la perversidad de la clase sacerdotal» mexicana, entre otras lindezas). Casi sin decirlo, Meyer reafirma y aumenta su convicción de que la guerra cristera no fue: 1) Un movimiento agrario (para repartir la tierra o para evitar que se repartiera). 2) Un movimiento político (como el Partido Católico Nacional o la Unión Nacional Sinarquista).

Sino que fue, fundamentalmente, un movimiento: 1) Masivo y popular en su participación (ni elitista ni de desarrapados). 2) De alcance nacional en su extensión (no circunscrito al Bajío, o al Centro Occidente del país). 3) De legítima defensa (de un pueblo que se sintió agredido por sus autoridades). 4) Esencialmente religioso («Para los pueblos –dijo don Luis González, historiador mexicano—la Iglesia es la madre y el Estado el padre; pues bien, en 1926 los hijos vieron al padre borracho golpear a la madre, se indignaron»)

La guerra cristera es nuestra Shoa, el Holocausto de los católicos mexicanos. ¿Por qué ante esto no gritamos: nunca más?

EL OBSERVADOR 503-2

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EL RINCÓN DEL PAPA
Juan Pablo II, sostenido por la oración de sor Lucía de Fátima

En el mensaje de Juan Pablo II que se leyó en Coimbra, Portugal, en el funeral de sor Lucía, la última testigo de las apariciones de la Virgen de Fátima en 1917, el Papa expresa:

«Con íntima emoción he sabido que sor Maria Lúcia de Jesús e do Coração Imaculado, a la edad de 97 años, ha sido llamada por el Padre celestial a la morada eterna del Cielo. Ella ha alcanzado así la meta a la que siempre aspiraba en la oración y en el silencio del convento. (...) La visita de la Virgen María, que recibió la pequeña Lucía en Fátima junto a sus primos Francisco y Jacinta en 1917, fue para ella el comienzo de una singular misión a la que se mantuvo fiel hasta el final de sus días. (...) Recuerdo con emoción los distintos encuentros que tuve con ella y los vínculos de amistad espiritual que con el paso del tiempo se intensificaron. Me he sentido siempre sostenido por el don diario de su oración, especialmente en los momentos duros de la prueba y del sufrimiento. Que el Señor la recompense ampliamente por el gran y escondido servicio que ha hecho a la Iglesia. Amo pensar que quien ha acogido a sor Lucía en el paso de la tierra al Cielo haya sido precisamente Aquella que ella vio en Fátima hace tantos años. Que la Virgen Santa acompañe el alma de esta devota hija suya al bienaventurado encuentro con el Esposo divino».

EL OBSERVADOR 503-3

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PINCELADAS
La belleza y la fealdad
Por Justo López Melús *

Las apariencias engañan. Debemos estar alertas para no dejarnos embaucar. «No tengas en cuenta su figura. El hombre ve la figura, pero Dios mira al corazón» (1 Sm 16, 7). Ya nos lo ha advertido Jesús: «Vienen a vosotros disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis» (Mt 7, 15-16).

Cierto día la Belleza y la Fealdad decidieron bañarse. Después de un rato salió del agua la Fealdad, se vistió con la ropa de la Belleza y se marchó. Luego la Belleza, al no encontrar su ropa, se puso los vestidos de la Fealdad. Desde entonces muchos seres humanos las confunden. Pero hay personas perspicaces que se fijan mejor, contemplan las obras y el rostro de una y otra, y las reconocen, sin dejarse engañar por los ropajes de cada una.

EL OBSERVADOR 503-4

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ESPECIAL DE CUARESMA
¿Por qué no se vale confesarse «directamente» con Dios?
Por el Pbro. Clemente González
Es Cuaresma, tiempo de penitencia, arrepentimiento y conversión. Lo menos que se podría esperar de un auténtico cristiano es que acuda al sacramento de la Confesión para recuperar el estado de gracia, es decir, la amistad con Dios. Pero es aquí donde algunos, temerosos o avergonzados, comienzan a preguntarse: ¿Por qué contarle mis pecados a un sacerdote? ¿Qué no basta, muy al estilo protestante, confesarse directamente con Dios? A estas dudas reponde el padre Clemente González:

Es verdad que Cristo, en la Biblia, hizo muchos actos públicos de perdón de los pecados y en ninguno aparece que pidiera la lista de pecados del pecador. Pero no hay que olvidar que la Sagrada Escritura es sólo uno de los caminos por los que llegamos a la Revelación de Cristo. El otro es la Tradición de la Iglesia, es decir, lo que aprendió la Iglesia a partir del testimonio directo de los apóstoles que vivieron junto a Jesús. De hecho, el Nuevo Testamento lo escriben los mismos apóstoles y discípulos que, o bien vivieron junto a Jesús, como es el caso de Mateo y de Juan, o bien escucharon el testimonio de aquellos apóstoles que vivieron en la intimidad con Él, como es el caso de Lucas y Marcos, por ejemplo. Y la Tradición ha sido siempre muy fiel a las enseñanzas de Jesucristo, fiel hasta dar la vida con tal de no modificarlas.
La primera Iglesia vivía una forma de confesión en la que se decían los pecados en privado al obispo de la comunidad y luego se recibía la penitencia. Esto responde a una constante del corazón humano, que es la necesidad se saberse objetivamente perdonado, de escuchar «te perdono». No se trata de confiar en el perdón, sino de tener la certeza de que Dios está actuando a través de medios humanos, según Él ha querido actuar siempre, desde su encarnación (cfr. Mateo 18,18; Juan 20,23; Mateo 28,18-29).
El sacerdote no está ahí por morbo, sino como conducto humano entre Dios y el hombre.
Como ministro de la Iglesia está haciendo un servicio, que es actuar en nombre de Cristo. Jesús conoce directamente al alma e incluso no hacía falta que hiciese público que perdonaba los pecados. Bastaba con su deseo y ya estaba. Que Él quisiera decir en público que los perdonaba era otra cosa, pero hoy no puede hacerlo. Necesita servirse de la Iglesia, que no tiene el poder de conocer el alma del pecador de modo intuitivo. Por eso escucha el pecado y da el perdón. Es una simple tarea de intermediario.
En todas las épocas de la vida de la Iglesia ha habido siempre la confesión individual, según lo han demostrado los historiadores.
Es cierto que la forma de confesar los pecados como ahora lo hacemos fue instituida por los monjes irlandeses; pero antes, cuando se imponía públicamente la penitencia y se absolvía en público al penitente después de cumplirla, siempre la imposición de la penitencia estaba precedida de una exposición rigurosa de los pecados al obispo, cosa que se hacía en particular, excepto cuando se trataba de pecados públicos.

¿Se puede exigir al hombre de hoy esta confesión?

Sí. El hombre es una unidad psicosomática de cuerpo y alma. Es claro que el perdón de los pecados es algo que se refiere al alma, pero también es claro que el ser humano necesita escuchar ese «te perdono» que da tanta tranquilidad. Seguramente, tú has tenido dificultades con alguna persona a la que aprecias mucho; siempre pasa en las relaciones humanas. ¿No es verdad que cuando quieres «arreglar las cosas» necesitas escuchar que la otra persona te perdona? Si no, no te quedas tranquilo.

¿No es mejor arrepentirse simplemente?

Tan importante es el arrepentimiento que sin él no hay perdón de los pecados porque es la condición para alcanzarlo. Pero una cosa no quita la otra: la necesidad de acudir al sacramento. El arrepentimiento, si es sincero, se expresa aceptando las normas de la Iglesia, que no son inventadas, sino que las practicaron los primeros cristianos.

(Adaptado de http://es.catholic.net)


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Razones para confesarse
Por Eduardo Volpacchio

San Juan dice que «si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, fiel y justo es El para perdonar nuestros pecados y purificarnos de toda injusticia. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos mentiroso y su palabra no está en nosotros» (1 Jn 1, 9-10).

Pero, ¿para qué confesarse? Aquí van sólo algunas razones:

1)Porque Jesús dio a los Apóstoles el poder de perdonar los pecados: «Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados, a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar» (Jn 20, 22-23). Los únicos que han recibido este poder son los Apóstoles y sus sucesores.
2)Porque la Sagrada Escritura lo manda explícitamente: «Confiesen mutuamente sus pecados» (Sant 5, 16). Y como las condiciones del perdón las pone el ofendido, no el ofensor, es Dios quién perdona y quien decidió que tengo que confesarme a través de un sacerdote.
3)Porque en la confesión te encuentras con Cristo. Te confiesas con Jesús, el sacerdote no es más que su representante. De hecho, en la formula de la absolución dice: «Yo te absuelvo de tus pecados»; ese «yo» no es el padre Fulano sino Cristo. El sacerdote no hace más que «prestarle» al Señor sus oídos, su voz y sus gestos.
4)Porque en la confesión te reconcilias con la Iglesia. Resulta que el pecado no sólo ofende a Dios, sino también a la comunidad de la Iglesia. Precisamente el sacerdote está ahí también en representación de la Iglesia, con quien también te reconcilias por su intermedio.
5)Porque cuando estamos en estado de pecado ninguna obra buena que hacemos es meritoria de cara a la vida eterna. Hacer obras buenas en pecado mortal es como hacer goles en «off-side»:no valen, carecen de valor sobrenatural.
6)Porque necesitamos comulgar: Jesús nos dice que quien lo come tiene vida eterna y quien no lo come, no la tiene. Pero san Pablo nos advierte algo que es para temblar: «Quien coma el pan o beba el cáliz indignamente, será reo del Cuerpo y Sangre del Señor. (…) Quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación» (1 Cor 11, 27-28). Comulgar en pecado mortal es un terrible sacrilegio: equivale a profanar la Sagrada Eucaristía, a Cristo mismo.

(Resumido de Arbil)

EL OBSERVADOR 503-5

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LOS VALORES DE LOS MEXICANOS
¿Quiénes van a Misa?
Por Antonio Maza Pereda

Un sacerdote al que aprecio mucho, que ahora está en una importante comisión de la arquidiócesis de México, dice que «si todos los católicos cumpliéramos con ir a Misa los domingos, los templos no alcanzarían; se necesitarían cuatro o cinco veces más templos». Yo compartía esa opinión, pero recientemente pude ver una encuesta hecha por la empresa Consulta Mitofsky, para mi gusto los encuestadores más serios del país. Los resultados me sorprendieron. Dicen, por ejemplo, que el 36% de los hombres y el 47% de las mujeres van a la iglesia una o más veces a la semana. Van menos los jóvenes (18 a 29 años), el 32%; mientras que de los adultos de 30 a 49 años, el 43% va cada semana y el 57% de los de 50 años y mayores. Van más al templo los casados que los solteros, casi en la misma proporción en la ciudad y en el campo. Por zona geográfica, asisten más al templo en el norte (52% cada semana), sigue el centro (46% cada semana), el sur (34%) y, en último lugar, la capital y su zona metropolitana, con 29%.

Hasta ahí, me dio mucho gusto ver los resultados; yo, en mis momentos más optimistas, pensaba que iba a Misa cada domingo la cuarta o quinta parte de la población. Lo que me hizo sentir muy mal fue otros resultados de la misma encuesta. De esos que van a Misa cada semana, el 78% está de acuerdo con las píldoras anticonceptivas y el 83% con el condón, a los que la jerarquía católica se han opuesto desde hace muchos años.

¿Qué está pasando? ¿Está siendo poco convincente la predicación de la Iglesia? ¿Ni siquiera los que van a Misa cada semana aceptan un mensaje muy claro del Papa y los obispos? Y, en otros aspectos de la doctrina y la moral de la Iglesia, ¿cómo estará nuestra adhesión?

Claro, siempre podemos decir que el tiempo que le dedicamos al templo es de cuarenta o cincuenta minutos semanales, con diez o quince minutos de homilía; en cambio vemos televisión veinte o más horas a la semana, y dentro de ella se nos presentan una gran cantidad de mensajes, la mayoría de manera encubierta, que promueven otra jerarquía de valores, otra moral. Cierto, pero la Iglesia tiene otras posibilidades, como son los criterios que se dan desde el confesionario, y el apoyo de la fe, que en quienes van a Misa cada domingo es un argumento de peso.

Claro, la fe nos dice que, en éstos que vamos a Misa con frecuencia, la gracia irá haciendo su labor y hará milagros, para convertirnos al Seños Jesús. Pero, por otro lado, la razón nos dice que no debemos ser incongruentes; que no podemos recibir los sacramentos y, a la vez, no cumplir con la moral de la Iglesia. Aunque, bien pensado, ¿quién podría decir que sí cumple en su totalidad y todo el tiempo con la doctrina de la Iglesia? Somos un pueblo llamado a ser santo; pero, como dice san Pablo, somos pecadores y miserables, somos débiles, y si algo podemos hacer no es porque seamos buenos o santos, sino por la misericordia de Jesucristo.

A mí esta inquietud se me vuelve contra mí mismo. Me llama a cuestionar si no estaré asistiendo a Misa sólo por cumplir; si esta asistencia a Misa me lleva o no a tratar de estudiar mi fe, examinar mi conducta, tratar de ser cada día mejor católico. Porque si no es así...

EL OBSERVADOR 503-6

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ENTREVISTA
La violencia familiar
Habla la teóloga Susana Torres

Por Yusi Cervantes
«Todos los días la prensa internacional está saturada de terrorismo y violencia, mientras las noticias nacionales están cargadas de insatisfacción y ferocidad social. Esto golpea la sensibilidad de las personas, quienes se preguntan si la humanidad está ante una epidemia mundial de violencia o si la conducta agresiva es el único recurso de la sociedad para ser escuchada», afirma en entrevista para El Observador Susana Torres, licenciada en teología y cofundadora de la Sociedad de Apoyo a las Víctimas.

«Las sociedades son gobernadas con slogans, degradadas por la tensión social, rebasadas por el incremento de la pobreza, golpeadas por las complicaciones bélicas modernas, la marginación, la migración, la inseguridad generalizada, factores todos estos causantes de comportamientos violentos. La violencia alarma a todas las sociedades del mundo porque desintegra la seguridad de los países, corrompe los valores, altera el orden social, anula cualquier forma de gobierno; provoca la decadencia de las instituciones, la regresión cultural y la enfermedad social».
El tema de la violencia ha inquietado desde hace tiempo a la licenciada Torres, tanto así que se ha dedicado a estudiarlo ampliamente. Expuso una síntesis de su trabajo en una reunión del grupo Epsimo (Encuentro de Psicólogos, Médicos y Orientadores), donde aceptó luego platicar con nosotros. Le preguntamos, en principio, qué es la violencia:
Es la acción contraria al orden o la disposición de la naturaleza. Los antiguos filósofos decían que es la acción contraria al orden moral, jurídico o político.

¿El origen de la violencia puede ser biológico, neurológico?
La proliferación de la conducta agresiva ha provocado que algunos científicos estudien el origen, funcionamiento y control de la violencia, esperanzados en que la biología sea la ciencia encargada de proteger al género humano de su cara más oscura y perversa. Han estudiado el comportamiento cerebral, la predisposición genética y las alteraciones de los procesos neuroquímicos. Han encontrado relación entre la violencia y bajos niveles de la enzima reguladora serotonina y de un alto porcentaje de testosterona y aceptan cierta predisposición genética al comportamiento violento y a la psicopatía. No obstante, señalan la gran importancia que tiene la interacción de los procesos biológicos con los psicológicos y los sociales, componentes indiscutibles que afectan o distorsionan las estructuras cerebrales, puesto que abastecen de significado emocional a las experiencias de los individuos. Las conclusiones de los expertos indican que la violencia es un fenómeno psicosocial que se recibe a través de la cultura. Los factores culturales suprimen o consolidan la expresión del comportamiento violento, delictivo o psicopático. De acuerdo con estudios realizados en Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Holanda y Escocia, la violencia es un comportamiento aprendido.
Los tratados internacionales referentes al diagnóstico de las enfermedades mentales indican, por otro lado, que la violencia es un síntoma claro de padecimiento mental clasificado como 'Trastorno Antisocial de la Personalidad' (DSM-IV de la Asociación Americana de Psiquiatría) o como 'Trastorno Disocial de la Personalidad' (CIE de la Organización Mundial de la Salud). Cada uno de estos compendios cuenta con criterios relacionados indirectamente con la violencia: irritabilidad, hostilidad, agresión, violencia física, insensibilidad, falta de remordimiento, etc. En la actualidad se entiende a la violencia como un concepto ligado a la psicopatía.

Un problema grave de la sociedad es la violencia en la familia. ¿Qué nos puede decir al respecto?
La conducta violenta se aprende en el seno de la familia y en los primeros grupos sociales. Por siglos, la sociedad rechazó la existencia de la violencia familiar. No es sino hasta el siglo pasado, a finales de los sesentas, cuando se empezó a tener conciencia de la magnitud y profundidad del problema y se comenzó a analizarlo como una afectación social grave. La violencia siempre es una forma de ejercer el poder mediante el empleo de la fuerza física, psicológica o económica, con el fin de controlar o quebrantar a las víctimas. Los factores psicosociales originan un ambiente que predispone al comportamiento violento. Las acciones de violencia empiezan por la desigualdad de derechos de los miembros de la familia, con disposiciones transmitidas a través de roles culturales, jerárquicos y de genero, determinados por la familia, la sociedad, las escuelas, la legislación y las religiones. Estas instituciones han legitimado y justificado el maltrato de los más débiles y han orientado hacia el dominio de un sexo sobre el otro. Estas conductas son provocadoras de violencia y afectan definitivamente el desarrollo de todos los individuos y anulan los procesos sociales en general.

La licenciada Torres enumera algunas de las características de la acción violenta en la familia:
* Es una acción voluntaria. El objetivo del agresor es emplear la violencia aprendida para subordinar a otro, causar daño, imponer, vejar, vulnerar, reprimir, anular, controlar…
* Es selectiva. Está dirigida a una persona en particular que se encuentra en ese momento frente al agresor en situación de vulnerabilidad, depresión o debilidad. Puede tratarse también de un grupo de personas, como los hijos, por ejemplo.
* Es un medio de resolución rápida de conflictos, aun cuando ésta sea sólo aparente, pues los conflictos internos se agravan, pero se mantienen ocultos por miedo.
* Es una conducta arbitraria. Anula toda posibilidad de comunicación e igualdad; excluye cualquier medio o recurso posible de intercambio.
* Es un ejercicio de poder. El agresor busca abusar del más débil.
* Es una experiencia traumática. La violencia está considerada como un delito grave. Causa lesiones físicas, psicológicas y morales a la víctima y a los miembros de la familia; quebranta la personalidad y la seguridad; anula el desarrollo y la individualidad de las personas, pervierte y detiene el desarrollo infantil.
* Es una tradición cultural. La cultura, a través de los roles, asimétricos y de genero, impuso normas y mecanismos de control.
Todo esto, claro, se da en diferentes grados de gravedad y afectación, dependiendo de las características de cada caso en particular.

¿Cómo le afecta a la víctima el haber sido objeto de violencia?
La victimización familiar sucede en el espacio donde la persona espera recibir cuidados y ser tratada con respeto, por lo que sus efectos son muy profundos. Las víctimas pueden presentar algunas o muchas de estas situaciones:
- Crisis emocionales.
- Vulnerabilidad, sentimiento de indefensión.
- Baja autoestima.
- Irritabilidad.
- Indiferencia.
- Expresión de desconcierto, extrañeza.
- Abandono de su proyecto de vida, cansancio.
- Descuido, desaliño.
- Inestabilidad emocional, cambios inexplicables en el estado de ánimo, respuestas agresivas o explosivas.
- Depresión.
- Miedo, ansiedad, temor.
- Culpa, vergüenza.
- Indecisión.
- Desvinculación del medio social.
- Retraimiento de los vínculos afectivos.
- Desconfianza, incluso respecto a la familia.
- Miedo al afecto.

(Continuará)

EL OBSERVADOR 503-7

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FLOR DE HARINA
El Cristo de la Edad Media
(San Francisco de Asís III)
Por el Pbro. Justo López Melús

San Francisco de Asís sólo tuvo una pasión absorbente en su vida: reproducir en todo lo posible la vida de Jesucristo, vivir en plenitud el Evangelio. «La suprema aspiración, el más vehemente deseo y el más eficaz propósito de nuestro bienaventurado Francisco era guardar en todo y por todo el Santo Evangelio, y seguir e imitar con toda perfección y solícita vigilancia los pasos y doctrinas de Jesucristo Nuestro Señor» (Celano).

El pueblo le llamó «otro Cristo, el Caballero de Cristo, el Cristo de la Edad Media». Lope de Vega lo apellida «Alférez y Lugarteniente de Cristo». Según Vázquez de Mella, fue «un ángel robado al cielo por la fe de la Edad Media». Para Isabel la Católica fue «Patriarca de los pobres y Alférez maravilloso de Nuestro Señor Jesucristo, Padre otrosí mío y muy amado y especial Abogado». Fue un verdadero Oriente que nos sigue iluminando con su luz.

Según una leyenda, para darle a luz su madre, Mona Pica, hubo de retirarse a un establo fuera de la ciudad. Al morir Francisco, quiso repetir los gestos de Jesús en una cena con sus discípulos. Desde su conversión se decidió a abrazar la vida evangélica al pie de la letra, y a seguir en todo los pasos del Señor. Cristo, dicen las Florecillas, prometió renovar su vida y pasión en su hijo predilecto Francisco.

Ya sólo le faltaban las llagas para parecerse más a su Señor. Desde que las recibe en el monte Alvernia «fue Cristo alma de Francisco y Francisco cuerpo de Cristo» (Fray Juan de los Ángeles). El hermano de Asís iba derramando gracia de Dios por sus cinco llagas. Era el pobre de las cinco rosas, pródigo de amor.

EL OBSERVADOR 503-8

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PICADURA LETRÍSTICA
¿La dignidad, excede las minorías?
Por J. Jesús García y García

Ahora resulta que no sólo debo tolerar a los homosexuales (elijo la segunda acepción que de tolerar me propone la Real Academia Española: «permitir algo que no se tiene por lícito, sin aprobarlo expresamente») sino identificarme con ellos (¡paso!, como en el dominó), llamarlos a mi esfera, solidarizarme con ellos, apapacharlos, promoverlos, so pena de que se me considere homófobo, y parece que hasta se me haría indirecto responsable (¡hágame usted el favor!) de la propagación del SIDA, como lo sugiere Jorge Saavedra, jefe del CENSIDA. Es el pensamiento central de Julio Frenk Mora, presa y servidor del relativismo moral, quien, contando hasta hoy con el apoyo de su inefable superior inmediato, todavía está jactándose de haber hecho triunfar su política del condón.

Ahora Frenk Mora está por inaugurar una campaña —primero radial, televisiva más adelante, por medio de spots que a muchos de nosotros nos parecen irritantes— para promocionar el homosexualismo. Los que han protestado por esa aberración no han obtenido más resultado que la burla y la reiteración del propósito.

El doctor Antonio Brambila escribió hace más de treinta años, pareciera que por encargo mío, un artículo del cual hago un extracto: «Si algo hemos conquistado con el sentido social que ahora prevalece en el mundo es, justamente, el respeto a las minorías y su protección legal, que no es sino una consecuencia inevitable de nuestro descubrimiento de la dignidad humana, que debe siempre ser respetada. Pero las minorías no son respetables por el mero hecho de ser minorías, sino por la consideración de la dignidad humana, que debe siempre ser respetada y que se da o se puede dar en las minorías lo mismo que en las mayorías.

«Que se proteja al homosexual como ser humano, pero no en la inhumanidad radical que implica su tendencia equivocada; que no se le niegue el trabajo honesto, para que se gane la vida cuando no pone en peligro la sanidad social y la moralidad común. Esto parece justo y humano. Pero no lo es una aceptación que implicara la aceptación doctrinal de la inversión sexual como cosa limpia y digna, de esas que no se prestan a objeción alguna. En la homosexualidad se combina lo pecaminoso con lo repugnante, pero no se debe medir la magnitud del pecado por el mero elemento (bastante variable) de la repugnancia.

«Para un cristiano significa mucho el saber que Dios castigó a Sodoma, Gomorra, Seboím, Segor y Adama por sus muchos pecados, pero especialmente por el homosexualismo, con el fuego del cielo: por ese pecado que de la primera ciudad citada tomó el nombre de 'sodomía'. Para Dios la homosexualidad es pecado, pecado repugnante, y, en consecuencia, debe también serlo para nosotros. Y no hay 'derechos civiles' de las minorías que puedan cohonestar esa malicia.

«Lo que tiene la homosexualidad es un particular tipo de repugnancia que han sentido siempre, aun en el mundo pagano, las almas normales y saludables. En ella se disocian radicalmente el amor y la fecundidad: la carne asume una autosuficiencia y autonomía que no le corresponde, y que repugna no solamente a la razón, sino también al sentimiento. ¡De la sodomía no sale nada! Todo en ella para en un batidero de sensaciones y de emociones, las más nobles de las cuales pueden ser las de un amor que no debería ser amor sino amistad. La percepción de que la amistad puede ser muy grande entre toda clase de personas humanas, pero que el amor propiamente dicho está entre hombre y mujer, y va dirigido en último término hacia la fecundidad, es lo que ha hecho siempre la salubridad espiritual de las edades. Y la falta de percepción de esta verdad es lo que hace la decadencia moral de esta hora que vivimos.

«Algunos homosexuales pueden, hasta cierto punto, disculparse diciendo que no son como son por propia voluntad, sino que así nacieron sin culpa alguna. Pero el pecado no está en las tendencias espontáneas sino en los actos voluntarios y responsables con que se da salida a una tendencia en contra de la sana razón. Y así, cuando un hombre de sexualidad normal arde por una hembra que no es suya; arde, pero no la toca, se porta como un hombre virtuoso. Y cuando un homosexual arde por otro macho y no lo toca, se porta como hombre virtuoso también él, no obstante la incorrección radical de su tendencia espontánea.

«La virtud está al alcance de todos, lo mismo normales que anormales. Se ha llegado a una tal confusión de ideas que se puede hablar en serio de 'los derechos civiles' de una falsa minoría, y se defiende la indignidad de la conducta en nombre de la dignidad de la persona».

Para Frenk y su compinche Saavedra la dignidad pertenece a las minorías y la virtud está descontinuada.

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Un spot de la campaña contra la homofobia
Diálogo madre-hijo:
—Pues te ves muy enamorado m'hijito. ¿Cuánto llevan?
—Cinco meses, mamá.
—¿Y le gustó la idea de venir a cenar con la familia?
—¡Le encantó! Es más, preparó un postre que te va a fascinar.
—Espero que le guste lo que cocine. Por cierto, ¿cómo dices que se llama?
—Óscar, mamá. Ya te lo había dicho, se llama Óscar.
Luego entra un locutor que dice: «¿Te parece raro? En nuestra sociedad cada vez es más común vivir esta situación. La homofobia es la intolerancia a la homosexualidad. La igualdad comienza cuando reconocemos que todos tenemos el derecho a ser diferentes».

EL OBSERVADOR 503-9

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COMUNICACIÓN
Por qué La Pasión de Cristo no fue nominada a mejor película
La noche de hoy, domingo 27, , tendrá lugar la 77ª entrega de los Oscar para premiar a lo que, se supone, fue lo mejor del cine que llegó a exhibirse durante el 2004 en territorio estadounidense. Y aunque el parecer mundial es que La Pasión de Cristo no sólo fue el mejor filme del año sino uno de los mejores de todos los tiempos, apenas fue nominada para los premios de «maquillaje», «banda sonora» y «fotografía». ¿Por qué tal discriminación? El periodista Daniel Higueras reponde:


La dignidad con que Mel Gibson ha defendido su versión fílmica de las últimas 12 horas de la vida de Jesús, levantando ampollas en algunos ortodoxos círculos de Hollywood y del lobby judío estadounidense, ya hacía prever que La Pasión de Cristo no estaría en los primeros puestos del ranking de nominaciones a los Oscar. Como muchos anticiparon, el filme ha sido apartado de las categorías de mejor película y mejor director, así como de las referentes a la interpretación o al guión, y optará tan sólo a tres estatuillas de menor categoría: maquillaje, banda sonora y fotografía.

Fuera de los planes de la Academia

Tal como indica el presidente de la Liga Católica, William Donahue, la culpa de la marginación del film de Gibson es de Hollywood. A pesar de haber obtenido el People's Choice Award como mejor película dramática a comienzos de año, «cuando se inició el debate para nominar a los filmes que debían estar compitiendo para mejor película, era evidente que La Pasión de Cristo no estaba en los planes de los miembros de la Academia», afirma Donahue.
De hecho, según el representante de la Liga Católica, numerosos observadores del universo hollywoodiano, incluyendo un artículo del Newsweek en el que se decía que «muchos de los miembros más antiguos de la Academia, judíos tradicionales, ni siquiera han querido ver la película», daban por hecho que la obra de Gibson quedaría apeada del tren de las mejores estatuillas. El artículo también señalaba que «Hollywood, con sus raíces judías, no ha experimentado La Pasión como un evento trascendental y emocional, como muchos espectadores sí lo han hecho».

(Resumido de Forumlibertas.com)

EL OBSERVADOR 503-10

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SEXUALIDAD Y FAMILIA
¿Es posible lograr la santidad en el matrimonio?
Por Nancy Escalante Ruiz, de Almas, A. C. / Especial para El Observador

Alguien en una ocasión comentó que le parecía irreal el hecho de que se pudiera lograr la santidad en el matrimonio. Ante esta afirmación, una persona que estaba presente le respondió: «Ama y haz lo que quieras».

La clave para alcanzar la santidad en el matrimonio es recordar y actuar conforme la frase de san Agustín: «Ama y haz lo que quieras».

El matrimonio y la familia son bienes dados a la humanidad por Dios. En este sentido el matrimonio no es una institución humana, sino que es una institución divina instituida desde los orígenes, ya que Dios así lo quiso. De tal manera que el amor y la unión entre un hombre y una mujer son bendecidos por Dios, y está unión está llamada a ser fecunda e indisoluble. «De manera que ya no son dos, sino una sola carne» ( Mt 19, 6).

Es así como el matrimonio cristiano es una vocación divina, es decir, que Dios llama a muchas personas a ese estado de vida para que, por medio de él, se santifiquen.

En este sentido el matrimonio tiene efectos sobre los cónyuges: aumenta la gracia santificante, es decir, que da a los cónyuges la gracia necesaria para poder vivir su matrimonio rectamente, y da la fortaleza para poder sobrellevar las cargas y sufrimientos que en ocasiones trae consigo el matrimonio.

Asimismo, los esposos tienen como medio y camino de santidad y apostolado la educación de sus hijos, ya que son los primeros y principales educadores de los hijos.

De tal manera que santificarse en el matrimonio significa vivir el amor y dar el amor en Cristo en todo momento, trabajo, diversión, sufrimiento, enfermedad, alegría. Para lograr esto es necesario que los esposos pongan los medios que están de su parte para lograr la santificación: no dejarse llevar por el egoísmo, fomentar el amor entre ellos, vivir la fidelidad conyugal, practicar las virtudes sobrenaturales (fe, esperanza, caridad, prudencia, justicia, fortaleza y templanza), ejercitar las virtudes humanas (humildad, optimismo, sinceridad, generosidad, laboriosidad), amar a Dios y a su prójimo, crear un ambiente familiar en torno al amor cristiano, orar, frecuentar los sacramentos de la Confesión y la Eucaristía, y tomar como modelo a la Sagrada Familia.

El verdadero amor, el amor cristiano es: paciente y bondadoso, no tiene envidia, ni orgullo ni arrogancia. No es grosero ni egoísta; no se irrita ni es rencoroso; no se alegra de la injusticia, sino que encuentra su alegría en la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta (cfr. I Cor. 13,4-7)
La santidad sí la podemos lograr dentro del matrimonio; el requisito es amar.

EL OBSERVADOR 503-11

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FIN

 
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