El Observador de la Actualidad

EL OBSERVADOR DE LA ACTUALIDAD
-Periodismo católico-
5 de marzo de 2006 No.556


SUMARIO

bulletPORTADA - La Iglesia católica es la institución más confiable para los mexicanos
bulletCARTAS DEL DIRECTOR - Pasta de Conchos
bullet¿CÓOOMO DIJO? - Las cinco batallas que tenemos que enfrentar
bulletFamilia: La aventura suprema
bulletPINCELADAS - El esclavo y la tempestad
bulletREPORTAJE - ¿Qué es «un curso de milagros»?
bulletRESUELVE TUS DUDAS
bulletSalvados por una patada
bulletCULTURA - La familia, hechura de Dios
bulletCUARESMA - El predicador del Papa explica la verdadera conversión

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PORTADA
La Iglesia católica es la institución más confiable para los mexicanos
Revela una encuesta; sus mayores atributos son el orden y la solidaridad
El Observador / Zenit

Una encuesta nacional reciente, llevada a cabo por la empresa Ipsos-BIMSA, demuestra la consistencia en los niveles de confianza en la Iglesia católica por parte de la población mexicana, niveles muy altos en consideración a las demás instituciones públicas del país.

La Iglesia católica, según el sondeo realizado a fines del año pasado y dado a conocer en este mes de febrero, goza de una imagen, predominantemente positiva en México, pues 78 por ciento de la población tiene una buena opinión de la misma.

No obstante los ataques constantes de la prensa secular y de algunos intelectuales, la Iglesia católica sigue ocupando el primer lugar en niveles de confianza ciudadana, seguida del ejército. Las mujeres (81 por ciento) confían más en la Iglesia que los hombres (75 por ciento). Solamente 8 por ciento de los mexicanos tienen una mala opinión de la Iglesia católica.

Orden, solidaridad, respeto a los derechos humanos

Los tres atributos que durante el sondeo más se asocian con la Iglesia católica en México son: orden (70 por ciento); solidaridad (67 por ciento) y respeto a los derechos humanos (66 por ciento).

Durante 2005, la empresa hizo un sondeo internacional, tomando en cuenta a diez países de América, Europa y Asia, en la que México, junto con Estados Unidos, se revelaron como los países donde mayor porcentaje de personas consideran a la religión como una parte muy importante de su vida (85 por ciento en ambos casos).

También en esta encuesta internacional sobre religiosidad, México ocupó el primer lugar entre los países sondeados en lo que respecta a no tener dudas de la existencia de Dios, pues 80 por ciento de la población así lo considera (contra 22 por ciento, por ejemplo, de la población alemana.

Un dato muy interesante es que solamente uno por ciento de la población mexicana manifestó su absoluta convicción de que Dios no existe en absoluto.

EL OBSERVADOR 556-1

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CARTAS DEL DIRECTOR
Pasta de Conchos
Por Jaime Septién

El nombre de la mina de carbón, en el Estado de Coahuila, se ha convertido en un signo de la explotación y la miseria de los trabajadores en nuestro país. Los 65 que murieron atrapados, tras la explosión de la madrugada del domingo 19 de febrero, representan ese México que todos quisiéramos dejar atrás.

Los salarios de miseria, las condiciones de trabajo deplorables, la inseguridad y el abandono de los pasadizos de las minas mexicanas, representan algo así como el colmo de la dejadez en la que hemos mantenido ese sector fundamental de nuestra economía. Y con él, a toda la economía.

La culpa es compartida. El gobierno, en primer lugar, pues su función está en proteger los derechos de la gente. La empresa, pues por no perder, por acumular capital, pasó por encima de las normas y las inversiones que se fijen en la persona en primerísimo lugar. El sindicato, por no tener más que intereses particulares. La sociedad, por no pelear por condiciones justas de empleo. Los medios de comunicación, que hemos renunciado a nuestra capacidad de denuncia, a nuestra misión profética de defender la dignidad del hombre contra las oscuras fuerzas del comercio…

Pasta de Conchos no merece, nada más, un monumento a los caídos. Merece una reflexión profunda, cabal, comprometida con lo que hemos dejado de hacer y que hoy nos ha convertido en un país mayoritariamente pobre, sin clase media, sin oportunidades para todos, aunque la publicidad gubernamental diga lo contrario, al borde de la desesperación y la violencia.

Claro que lo podemos hacer. Claro que hay tiempo. Hemos de dejar de politizarlo todo para ponernos de acuerdo en los mínimos: qué somos, qué queremos ser, cuál es nuestra identidad, cuál nuestro futuro previsible.

Lo puede convocar el gobierno, pero no sería útil. Lo tenemos que hacer nosotros, cada uno de nosotros, con nuestra conducta de cada día. Empezando por la familia. Y el 2 de julio, votando. Votando en primer lugar. Y en segundo, por aquél o aquélla que garantice que nos vamos a poner de acuerdo para que lo de Pasta de Conchos no se repita.

Para eso no necesitamos un dirigente autoritario, mesiánico o violento: necesitamos uno que tenga el suficiente sentido común para dialogar y tender puentes. Para trabajar con todos. Para respetar la dignidad —pisoteada por la pobreza— del pueblo de México.

EL OBSERVADOR 556-2

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¿CÓOOMO DIJO?
Las cinco batallas que tenemos que enfrentar
Don Juan Antonio Reig Pla, Obispo de Cartagena, en España
, acaba de conceder una entrevista sobre el proyecto de ley sobre fecundación artificial aprobado hace unos días en ese país por la Cámara de Diputados... En la entrevista, monseñor Reig Pla tocó un tema básico sobre las batallas que los católicos debemos librar frente a una cultura secularizada, que cada día pierde más sus raíces cristianas y se afianza en el «pensamiento» débil que tanto ha criticado, por ejemplo, el psiquiatra Luis Rojas Marcos. A continuación reproducimos el pasaje donde el obispo Juan Antonio Reig Pla analiza esas cinco batallas que vamos a enfrentar, si no es que ya las estamos enfrentando...

«Cinco son, al menos, las «batallas» que hay que librar: 1) la batalla del matrimonio y la familia: sin matrimonios -esposo y esposa- y familias fuertemente unidas por el amor no es posible educar armónica e integralmente a los hijos. 2) la batalla de la vida: sin hijos, más aún, sin familias numerosas y sin el más escrupuloso respeto a la vida naciente, a los enfermos y a los mayores, no hay futuro. 3) la batalla de las conciencias: es necesario, desde el respeto y promoción de la verdadera libertad, educar y movilizar las conciencias, formando la razón para que la inteligencia conozca y reconozca la verdad, la voluntad se oriente a hacer el bien, es decir, a amar, y la sensibilidad anhele la verdadera belleza. 4) la batalla de la memoria: se hace indispensable recordar nuestra procedencia, de dónde venimos, nuestra «tradición», nuestras raíces cristianas. Sin estas raíces el árbol de nuestra civilización está destinado a morir. 5) la batalla de la presencia en la vida pública: es indispensable organizarse, estar presentes en los medios de comunicación y participar, en general, en la vida pública, movilizando la sociedad civil en orden a reclamar leyes justas; en todo caso, debemos estar prestos a ser testigos, es decir, a ser mártires. Y el combate de la fe y de la evangelización: la plenitud de lo humano es lo cristiano —«ecce homo»—; la batalla contra Satanás es desigual, la victoria no es posible sin los dones gratuitos de la fe y de la gracia de Dios, las cuales hay que suplicar al Altísimo cada día, junto con todas las demás virtudes. Pero incluso esto no es posible sin el anuncio explícito de la Buena Noticia; es necesario, a pesar de las muchas dificultades, proponer con valentía el Evangelio de la vida: Cristo nuestro Salvador».

En realidad es una sola batalla la que hay que librar: la de la cultura de la afirmación de la vida contra otra cultura, impuesta las más de las veces por los medios comerciales de comunicación, que llama al placer, al consumo y a la ausencia de compromiso como si fueran valores de verdad.

EL OBSERVADOR 556-3

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Familia: La aventura suprema

La defensa más común de la familia la presenta, en medio de las tensiones de la vida, como un reducto pacífico, cómodo y unido. Pero es posible otra defensa evidente, que consiste en afirmar que la familia no es pacífica, ni cómoda, ni unida, por lo que algunos piensan que es una mala institución. Yo pienso que es buena, precisamente, porque no es conciliadora. La familia es buena y saludable porque contiene diferencias y divergencias. Es –como dicen los sentimentales– un pequeño reino, y habitualmente se encuentra –como muchos pequeños reinos– en un estado que se parece bastante a la anarquía. El hecho de que mi hermano esté más interesado en la Fórmula 1 que en mis estudios es lo que otorga a nuestra casa alguna de las cualidades tonificantes de la república. El hecho de que mi abuela se asuste de las ambiciones teatrales de mi hermana es lo que hace que la familia sea como la Humanidad. Mi tía Isabel no es más irracional que la mayoría de la gente. Mi hermano pequeño no es más maleducado que la mayoría de los hermanos. Mi abuelo no es más estúpido que cualquier abuelo. Si es viejo, el mundo también lo es.

Aquellos que desean escapar de todo esto, corren peligro de entrar en un mundo más estrecho. Mi hermana y mi hermano pueden reducir su vida al teatro y a la Fórmula 1, pero no deben engañarse y pensar que entran en un mundo más grande y variado que el de su familia. Cuando escogemos el ambiente que nos apetece, esa elección tiene poco de aventura, porque una aventura es algo que viene hacia nosotros y nos escoge: exactamente lo que cada uno de nosotros hizo el día en que nació. Enamorarse se ha considerado a menudo la aventura suprema. Y no hay duda de que el amor nos atrapa, nos transfigura y nos tortura. Sin embargo, hasta cierto punto, elegimos y juzgamos. En realidad, la suprema aventura es nacer, porque ahí nos encontramos de repente en una trampa espléndida y estremecedora. Nuestro padre y nuestra madre están al acecho, esperándonos, y saltan sobre nosotros como si fueran bandoleros detrás de un matorral. Nuestro tío es otra sorpresa. Nuestra tía es como un relámpago en un cielo azul. Al nacer y entrar en la familia, entramos de verdad en un mundo incalculable, que tiene sus leyes propias y extrañas, que podría muy bien continuar su curso sin nosotros, pues no lo hemos fabricado nosotros. En otras palabras, cuando entramos en la familia entramos en un cuento de hadas.

La gente se pregunta por qué la novela es la forma más popular de literatura, por qué se leen más novelas que libros científicos o de metafísica. La razón es muy sencilla: la novela es más verdadera que esos otros libros. La vida puede describirse en un libro científico, con mucha más legitimidad puede aparecer en un tratado de metafísica. Pero es siempre una novela imprevisible. Con suficiente inteligencia podemos concluir un razonamiento científico o filosófico, y estar seguros de que lo hemos coronado correctamente. Pero la más gigantesca inteligencia no puede adivinar el relato más sencillo o más tonto. Porque un relato, además de la inteligencia de su autor, lleva su libertad. Y así es la vida, una historia en la que gran parte de ella es decidida sin nuestro permiso.

El ser humano controla muchos aspectos de su vida, suficientes para ser el héroe de su propia novela. Pero si tuviera control sobre todas las cosas, habría tanto héroe que no habría novela. Y la razón por la que las vidas de los ricos son tan sosas y aburridas es, sencillamente, porque pueden escoger los acontecimientos. Se aburren porque son omnipotentes. No pueden tener aventuras porque las fabrican a su medida. Lo que mantiene a la vida como una aventura romántica y llena de apasionantes posibilidades es la existencia de esas grandes limitaciones que nos fuerzan a plantar cara a cosas que no nos gustan o que no esperamos. Estar metido en una aventura es estar metido en ambientes incómodos.

Entre las limitaciones y situaciones incómodas que otorgan magia y variedad a la vida, la familia es la más importante y definitiva. De ahí que no la entiendan quienes imaginan que la aventura de vivir podría alcanzar la perfección en un perfecto estado de lo que ellos llaman libertad.

G. K. Chesterton

EL OBSERVADOR 556-4

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PINCELADAS
El esclavo y la tempestad
Por el P. Justo López Melús

Un rico marajá de la India se embarcó y se desató una gran tormenta. Uno de sus esclavos empezó a llorar de miedo, tanto que la tripulación empezó a irritarse, y poco faltó para que el marajá lo arrojase al mar. Pero su consejero le dijo: «Yo lo arreglaré». Entonces ordenó arrojarle al mar atado con una cuerda. El pobre esclavo empezó a gritar sacudido por las olas que lo zarandeaban en todas direcciones. Luego el consejero mandó sacarlo.

Una vez en cubierta el esclavo se tendió en un rincón, silencioso y tranquilo. El consejero explicó al marajá a qué se debía semejante cambio de actitud: «Los seres humanos nunca nos damos cuenta de lo afortunados que somos hasta que nuestra situación empeora». Nadie aprecia tanto la salud como el que ha estado gravemente enfermo. Cristina lloraba porque no tenía zapatos, hasta que vio a una niña que no tenía pies.

EL OBSERVADOR 556-5

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REPORTAJE
¿Qué es «un curso de milagros»?
Catorce preguntas y respuestas para entender este nuevo gran fraude tan de moda
Por Walter Turnbull

1. ¿Qué es «un curso de milagros»? En realidad no es un curso. Es un paquete de tres documentos: un texto doctrinal, un libro de ejercicios y un manual para el maestro (que en realidad no es el maestro que da el curso, sino cualquiera de los estudiantes, a quienes los adeptos llaman «maestros de Dios»). El paquete está a disposición de cualquiera, aunque normalmente se forman grupos de lectura o se presenta en cursos propiamente dichos, talleres o seminarios. Existe también una fundación con el mismo nombre y un instituto para profundización de los conocimientos.

2. ¿Quién lo escribió? Fue escrito por Helen Shucman, psicóloga, educadora, intelectualmente conservadora y de ideología atea —como ella misma se describe—, profesora de la Universidad de Columbia, en Nueva York, con el apoyo de William Thetford, jefe de Helen en la facultad.

3.- Por qué lo escribió? Según ella, a raíz de una inquietud de ambos por llevar relaciones más armoniosas, el mismo «Jesús», con una voz sin sonido, le dictó el libro en períodos que ella podía interrumpir y continuar después, entre 1965 y 1972.

4.- ¿Cuál es su propuesta? Según esta doctrina, Dios creó un hijo que lo abarca todo, hombres, animales, vegetales y cosas. Todo está en la mente de Dios y es extensión de su amor perfecto. Pero un día el Hijo de Dios soñó que estaba separado de su Padre. Ese pensamiento (sueño) erróneo de separación dio origen al ego. El ego es esta creencia errónea de que estamos separados de Dios y que existe un mundo físico en el que hay hostilidad, culpa y sufrimiento. Solamente lo espiritual es real. El mundo físico que percibimos a través de nuestros sentidos no es real, no existe, es un sueño de separación del que hay que despertar para restaurar la unidad con Dios que nunca perdimos, pero que creímos haber perdido.

5.- Pero... ¿qué no es el pecado el que nos separa realmente de Dios? Según Shucman no es así, pues afirma que el pecado original no existe; lo que existe es el error original de creer que estamos separados de Dios y de todo lo demás. El pecado y la culpa, obviamente, tampoco son reales. Existen sólo en sueños.

6.- Entonces... ¿no hay cosas malas? Afirma la escritora que no existen actos buenos ni malos, sólo pensamientos buenos o malos, que son los que hay que cambiar; somos —por decirlo así— víctimas de nuestros pensamientos equivocados.

7.- ¿Y qué dice de la enfermedad y de la muerte? Que la enfermedad y la muerte tampoco son reales, son el resultado de una mente enferma que cree que vivimos encerrados en un cuerpo capaz de enfermar o morir. La mentalidad recta es, en sí misma, la curación. Tratar de curar con medicamentos es incurrir en la magia, lo que para el «curso de milagros» es atribuirle realidad a lo físico y a lo material.

8.- Si no morimos, ¿cómo haremos para resucitar? La resurrección no existe, enseña Helen Shucman, dado que no existen los cuerpos ni la muerte.

9.- ¿Y hay salvación? La salvación (expiación le llaman ellos) es el despertar del sueño de separación y de muerte. No tiene nada que ver con las obras ni con la redención: es el fruto de un cambio de mentalidad gracias a un conocimiento adecuado.

10.- ¿Qué papel juega Jesucristo en los «cursos de milagros»? Jesús no es el Cristo ni es nuestro salvador: es, simplemente, el primero que realizó su cambio de conciencia para trascender su ego e identificarse con el Cristo. La expiación se completará cuando todos los egos separados hayan corregido su error y retornen a la unidad.

11.- ¿Dios no nos perdona, según Shucman? No, el perdón también es otra ilusión, dado que no existe la culpa, pero es una ilusión provechosa porque nos lleva a la verdad. Es la llave de la felicidad. Su sentido es librar nuestra mente de la culpa que ponemos sobre nosotros y sobre los otros, y consiste en pasar por alto todo lo que vemos como malo y que nunca ha sido real. Tanto nuestro prójimo amoroso como nuestro prójimo furioso nos están dando o pidiendo amor y nuestra respuesta correcta sólo puede ser una: devolver siempre amor. Guiados por el Espíritu Santo, todas nuestras relaciones son un milagro que señala el camino de retorno al Cielo.

12.- ¿En realidad se aprende a hacer milagros? No, ya que los milagros ocurren necesariamente en el mundo físico, y, según ellos, el mundo físico no existe. Cuando hablan de milagros se refieren al cambio de la mentalidad errónea a la mentalidad recta que —también según ellos— trae cambios maravillosos en la vida del que lo realiza.

13.- Hay gente que asegura haber mejorado su vida gracias a estos cursos. ¿Podríamos decir que sus consejos son buenos? Sí. Sus consejos prácticos se parecen mucho a algunas enseñanzas de la doctrina cristiana, como la de ser imágenes de Dios, de buscar solamente el reino y la primacía del espíritu sobre la carne, de combatir el ego, del perdón incondicional, de responder a todo con amor, de confiar en Dios y eliminar el miedo, de pensar como Dios piensa y de buscar la unidad con Dios y con el prójimo.

14.- Entonces, ¿es compatible con el cristianismo o puede ayudar a un cristiano a ser mejor? No, definitivamente no. Tienen algunas ideas parecidas a las del cristianismo pero tienen muchas otras que son completamente opuestas. Hablan de Cristo y del Espíritu Santo pero lo que dicen de ellos no coincide en nada con lo que decimos nosotros. Para ellos Jesús no es el Cristo, sino sólo uno más de los egos que se sintieron separados de Dios, y el Espíritu Santo no es una persona de la Santísima Trinidad, sino sólo un medio para traducir el pensamiento de Dios espíritu en símbolos entendibles para nosotros. Para ellos el mundo físico es falso y es maligno; para nosotros es la obra de Dios y fue bendecido por Él. Para ellos el cuerpo es una ilusión nefasta; para nosotros es parte de nuestra humanidad y un instrumento para conocer, amar y servir a Dios en esta vida y disfrutarlo plenamente en la otra (o no hacerlo). Para ellos el pecado no existe; para nosotros es una realidad esencial que debemos combatir toda nuestra vida con la ayuda de Dios. Para nosotros la perfección y la felicidad plena no se pueden alcanzar en esta vida; para ellos, se pueden alcanzar en esta vida si se asume la mentalidad correcta. Para ellos, las obras no cuentan, ni buenas ni malas; para nosotros, Dios «nos ha creado en Cristo Jesús, en orden a las buenas obras que de antemano dispuso Dios que practicáramos» (Ef 2, 10). Para nosotros, hay un maestro, Cristo, y su sacramento que es la Iglesia; para ellos, cada quien debe escuchar a su propio maestro interior. Para nosotros, Cristo es el camino, la verdad y la vida; para ellos, el camino es el «curso de milagros». Como verán, este «curso» es sólo una más de las muchísimas expresiones de la New Age, herederas del gnosticismo y del intento de sincretismo con las religiones no cristianas.

Para nosotros, los católicos, no hay nada que nos haga falta que estas doctrinas nos puedan enseñar, y, en cambio, nos pueden alejar de la Iglesia.

Lo que sí puede ser este «curso» para los cristianos es una alarma que nos recuerde que los católicos tenemos un tesoro en los consejos y mandamientos de Cristo, en el perdón, en la confianza en Dios, en la docilidad al Espíritu Santo, en la aceptación de la voluntad de Dios, en la búsqueda del reino... y que es un tesoro que no los hemos usado, y que si lo usáramos podría hacernos enormemente felices.

EL OBSERVADOR 556-6

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RESUELVE TUS DUDAS
¿Por qué tres reyes magos?
Pregunta:
¿Por qué hablan de tres reyes magos, si en la Biblia ni dice que son reyes ni que eran tres?
Edén Javier

Respuesta:
Que los «magos que venían de Oriente» eran reyes y eran tres no es un dogma de la doctrina católica, sino una expresión popular que se fue acuñando con el tiempo. Se habla de tres por los tres regalos que trajeron al niño Jesús, por los tres hijos de Noé y los tres grandes grupos raciales en la tierra, y porque santa Elena, en el siglo IV, encontró en Persia tres cadáveres que, según la tradición, pertenecían a aquellos magos que visitaron a Jesús. La doctrina católica sólo afirma de ellos lo que dice la Biblia en el evangelio según san Mateo; lo demás son conjeturas o alegorías que pueden ser muy edificantes o muy posibles, pero nadie tiene la obligación de creer.

¿Santos aunque tomaron las armas?
Pregunta:
Varias veces he escuchado que no se puede beatificar a nadie que haya tomado las armas; sin embargo, el jovencito de Michoacan, José Luis Sánchez del Río, fue beatificado el domingo 20 de noviembre y se ha comprobado que él sí tomó un arma y la vació contra los soldados y aventó el arma ya sin balas al momento de que lo capturaron. ¿Puede explicarme eso?
Miguel Ángel

Respuesta:
El promotor de las actuales causas de beatificación, monseñor Ramiro Valdés Sánchez, comenta que la Iglesia no promueve, ni beatifica, y menos canoniza a quienes habiendo sido sacerdotes murieron en el conflicto religioso de 1926 a 1929 promoviendo o tomando las armas, como hubo varios casos. Pero que ese impedimento lo tienen únicamente los sacerdotes, no los laicos. En ese caso sólo se beatificará a laicos que participaron en la resistencia armada, pues actuaron en legítima defensa contra la persecución religiosa desatada por el gobierno de entonces.
Walter Turnbull

EL OBSERVADOR 556-7

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Salvados por una patada
Por Antonio Aldrette, L.C. / Buenas Noticias

Con apenas 22 años, Annet Pogge se dirigió esa noche fría al borde del puente que atraviesa Fort McMurray, Alberta (Canadá). Hacía escasas dos horas había contado a su novio la «gran noticia» de que estaban esperando un bebé. «Él montó en cólera. Estábamos en una recepción con cientos de invitados. Me gritó en medio de todos que no quería saber nada de un hijo y se fue».

Subida a la baranda del puente, mientras contemplaba en la oscuridad el agua debajo de ella y una muerte terrible se le insinuaba, pasó un milagro: «Justo cuando estaba pensando en hacerlo. Pensando en terminar con todo, no sólo con el bebé sino conmigo misma, sentí una patadita. Era el primer signo de vida que sentía —recuerda—, y pensé: '¡Dios mío, es una señal! Dios quiere que yo viva'. No pude acabar con mi vida. No pude...».

Hoy, 19 años después, ese «bebé pateador» lleva por nombre Justin y es portero estrella de la selección juvenil de hockey sobre hielo de Canadá. Pero no importa cuántos goles le metan o cuántas «salvadas» haga en su portería. Justin Pogge nunca hará una «salvada» más grande que aquella de hace 19 años cuando sobre el puente dio una simple patadita.

EL OBSERVADOR 556-8

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CULTURA
La familia, hechura de Dios
Antonio Maza Pereda

Se ha declarado como Día de la Familia el primer domingo de marzo. Esta iniciativa, emprendida por el Consejo de la Comunicación y apoyada por grupos sociales, ha sido también aceptada por la Iglesia, quien antes celebraba el día de la Sagrada Familia el primer domingo después de la Navidad, como un recordatorio de que Jesús, verdadero Dios y verdadero Hombre, quiso nacer en una familia.

Últimamente hemos asistido, ¡bendito sea Dios!, a un renovado interés por la familia. Grupos sociales, el propio gobierno, la Iglesia, han puesto un énfasis mayor en esta célula de la sociedad. Será que la sentimos en peligro, será que vemos que se le aprecia menos, será por los problemas que acarrea a la sociedad la falla de algunas familias... no lo sé. El hecho es que hasta hace poco dábamos por seguro que la familia estaba ahí y que podíamos contar con ella y ya nos dimos cuenta de que la familia no es algo que se da en automático; que tenemos que luchar por formarla y mantenerla viva y vigente. Que una buena familia es una obra de arte, no el resultado de la casualidad. Si la familia está bien todos nos beneficiamos; si la familia está mal todos padecemos.

La familia es obra de Dios. Él quiso que viviéramos en familia. Los seres humanos somos unas criaturas increíblemente frágiles. Entre los mamíferos superiores, casi todos están listos para llevar una vida independiente cuando sus madres dejan de amamantarlos. Muchos están listos para seguir a los adultos a las pocas horas de nacidos. El ser humano no es así; tarda mucho más en ser independiente, y requiere de más ayuda y apoyo. De ahí la necesidad de la familia, que cuide a ese ser humano. Y, al tener un alma inmortal, sus necesidades van más allá de las materiales: los bebés necesitan cariño, amor, cuidados y una formación no solo física sino también del carácter, el cual tarda bastante en forjarse.

Por eso todas las civilizaciones han tenido a la familia. Las excepciones se dan, sobre todo, en grupos marginales o en épocas donde las guerras, las enfermedades y el ataque de las fieras hacían que hubiera menos hombres que mujeres, dando origen a la poligamia o a las familias sin paternaje claro.

Dios quiere que haya familias; esto no es algo exclusivo de los católicos o los cristianos; se da en la humanidad y por eso decimos que la familia es una institución de la ley natural, la que Dios nos revela por medio de la creación y que podemos entender con solo la razón, sin necesidad de la fe.

¿Cómo celebrar la familia? ¿Cómo defenderla? La respuesta nos la dio Juan Pablo II en sus visitas a México: "Familia, sé lo que eres", nos dijo. Y eso es lo fundamental: ser familia, tomar en cuenta a nuestra familia. Esforzarnos por vivir en y para la familia. El gran enemigo de la familia no es el divorcio o la infidelidad. Esos no son más que consecuencias del verdadero enemigo de la familia: el individualismo, el egoísmo si quiere usted una palabra más fuerte. ¿Queremos defender a la familia? Ahí está el camino, y hay que empezar por recorrerlo en casa.

EL OBSERVADOR 556-9

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CUARESMA
El predicador del Papa explica la verdadera conversión
El padre Raniero Cantalamessa, OFM Cap, predicador de la Casa Pontificia, comenta lo que realmente significa la invitación que se nos hace al principio de la Cuaresma: «¡Convertíos y creed en el Evangelio!».


Después de que Juan fue arrestado, Jesús se acercó a Galilea predicando el Evangelio de Dios y decía: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva».
Debemos eliminar inmediatamente los prejuicios. Primero: la conversión no se refiere sólo a los no creyentes, o a aquellos que se declaran «laicos»; todos indistintamente tenemos necesidad de convertirnos. Segundo: la conversión, entendida en sentido genuinamente evangélico, no es sinónimo de renuncia, esfuerzo y tristeza, sino de libertad y de alegría; no es un estado regresivo, sino progresivo.

Lo que significaba «convertirse»

Antes de Jesús, convertirse significaba siempre un «volver atrás» (el término hebreo shub significa invertir el rumbo, regresar sobre los propios pasos). Indicaba el acto de quien, en cierto punto de la vida, se percata de estar «fuera del camino»; entonces se detiene, hace un replanteamiento; decide cambiar de actitud y regresar a la observancia de la ley y volver a entrara en la alianza con Dios. Hace un verdadero cambio de sentido, un «giro en U».
La conversión, en este caso, tiene un significado moral; consiste en cambiar las costumbres, en reformar la propia vida.

La conversión según Jesucristo

En labios de Jesús este significado cambia. Convertirse ya no quiere decir volver atrás, a la antigua alianza y a la observancia de la ley, sino que significa más bien dar un salto adelante y entrar en el Reino, aferrar la salvación que ha venido a los hombres gratuitamente, por libre y soberana iniciativa de Dios.
Conversión y salvación se han intercambiado de lugar. Ya no está, como lo primero, la conversión por parte del hombre y por lo tanto la salvación como recompensa de parte de Dios; sino que está primero la salvación, como ofrecimiento generoso y gratuito de Dios, y después la conversión como respuesta del hombre. En esto consiste el «alegre anuncio», el carácter gozoso de la conversión evangélica. Dios no espera que el hombre dé el primer paso, que cambie de vida, que haga obras buenas, casi que la salvación sea la recompensa debida a sus esfuerzos. No; antes está la gracia, la iniciativa de Dios. En esto, el cristianismo se distingue de cualquier otra religión: no empieza predicando el deber, sino el don; no comienza con la ley, sino con la gracia.

Convertirse y creer, la misma acción

«Convertíos y creed»: esta frase no significa por lo tanto dos cosas distintas y sucesivas, sino la misma acción fundamental: ¡Convertíos, esto es, creed! ¡Convertíos creyendo! La fe es la puerta por la que se entra en el Reino.
Si se hubiera dicho: la puerta es la inocencia, la puerta es la observancia exacta de todos los mandamientos, la puerta es la paciencia, la pureza, uno podría decir: no es para mí; yo no soy inocente, carezco de tal o cual virtud. Pero se te dice: la puerta es la fe. A nadie le es imposible creer, porque Dios nos ha creado libres e inteligentes precisamente para hacernos posible el acto de fe en Él.

La clave es la fe, pero la fe-apropiación

La fe tiene distintas caras: está la fe-asentimiento del intelecto, la fe-confianza. En nuestro caso se trata de una fe-apropiación. O sea, de un acto por el que uno se apropia, casi por prepotencia, de algo. San Bernardo hasta utiliza el verbo usurpar: «¡Yo, lo que no puedo obtener por mí mismo lo usurpo del costado de Cristo!».
«Convertirse y creer» significa hacer propiamente un tipo de acción repentina e ingeniosa. Con ella, antes aún de habernos fatigado y adquirido méritos, conseguimos la salvación, nos apropiamos incluso de un «reino». Y es Dios mismo quien nos invita a hacerlo; le encanta ver este ingenio, y es el primero en sorprenderse de que «tan pocos lo realicen».
«¡Convertíos!» no es, como se ve, una amenaza, una cosa que ponga triste y obligue a caminar con la cabeza agachada y por ello a tardar lo más posible. Al contrario, es una oferta increíble, una invitación a la libertad y a la alegría. Es la «buena noticia» de Jesús a los hombres de todos los tiempos.

EL OBSERVADOR 556-10

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FIN

 
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